La industrialización, las nuevas tecnologías y la globalización nos impulsan a un mundo cada vez más frenético, en el que todo ocurre a un ritmo cada vez más rápido, sin darnos tiempo para relajarnos, reflexionar y disfrutar de los pequeños placeres de la vida.
Uno de estos pequeños grandes placeres es la gastronomía. Comer bien y disfrutar de la comida como una experiencia saludable y multisensorial es, cada vez más, un lujo al que la mayoría de nosotros renunciamos en nuestro día a día. Lo reservamos, como mucho, para momentos puntuales de asueto.
¿Cuántos dedicamos tiempo a diario a disfrutar de una buena comida? La mayoría de nosotros nos llevamos cualquier cosa al trabajo o compramos y comemos algo en cualquier cadena de comida rápida o fast food.
Como contraposición a la extensión de la fast food, es decir, la comida rápida, poco saludable, estandarizada y globalizada, surgió en los años 80 del siglo XX el movimiento slow food, que aboga por la defensa de la riqueza y los beneficios de la comida tradicional y local de calidad.
Qué es la slow food
El movimiento slow food propone dedicar el tiempo necesario tanto a preparar como a disfrutar de la comida. Cocinar y comer de forma consciente, disfrutando del placer de degustar platos llenos de sabor, elaborados con ingredientes reconocibles, saludables, de calidad y, a ser posible, locales.
Este movimiento forma parte de una filosofía más amplia, la de la slow life, que nos invita a bajar el ritmo frenético en el que nos movemos día a día, sobre todo en las grandes ciudades. A pararnos y disfrutar de los procesos, sin obsesionarnos con los resultados rápidos. En este sentido, muchas ciudades del mundo están tomando ya medidas para convertirse en slow cities que sean más amables con los ciudadanos y les permitan disfrutar de espacios tranquilos y de la naturaleza.
El slow food surgió en Italia, en 1986, a raíz de una manifestación en el futuro emplazamiento de un Mc Donalds en Roma. Hoy en día, es un movimiento global aceptado por la FAO como organización sin ánimo de lucro, que tiene delegaciones formales en más de 160 países y cuenta con más de 100.000 asociados.
Los defensores de la slow food consideran que con la aplicación de procesos cada vez más industrializados y globalizados al sector de la gastronomía se han perdido los sabores, las texturas y los aromas auténticos de la comida. Cada vez comemos platos más estandarizados y con menos sabores y matices.
Además, señalan que la fast food amenaza el medio ambiente y el paisaje e intensifica la agricultura y la ganadería con productos más pobres y menos saludables.
Principios de la filosofía slow food
El manifiesto del movimiento slow food señala, literalmente que “la comida buena, limpia, justa y sana es un derecho de todos” y se compromete a luchar por garantizarlo.
Entre otros principios, promueve:
- Dedicar tiempo de calidad a la elaboración y degustación de los alimentos.
- Apostar por ingredientes de calidad y por la real food, o comida real. Es decir, los ingredientes naturales, huyendo de procesados.
- Incentivar el consumo de ingredientes locales y el impulso de la tradición gastronómica local, apostando por la diversidad gastronómica como un bien cultural que hay que preservar.
- Apoyar una producción, procesamiento, distribución, venta y elaboración de los alimentos más sostenible, basada en una economía local, cooperativa y solidaria.
El Arca del gusto
Dentro del movimiento slow food surgió en 1996 el curioso proyecto Arca del Gusto, que promueve la producción, distribución y consumo de alimentos en ‘peligro de extinción’, por su vinculación a comunidades o culturas muy específicas. Los alimentos incluidos en esta lista deben estar vinculados a un área geográfica, producirse de forma sostenible y artesanal y estar en riesgo de desaparecer.
El movimiento slow food triunfa en todo el mundo
El movimiento slow food cuenta con activistas en prácticamente todos los países del mundo y son millones las personas que, sin vincularse formalmente al mismo, están de acuerdo y siguen sus principios, intentando aplicarlos en su día a día.
Dedicar tiempo a disfrutar de los alimentos que consumimos y ser más conscientes a la hora de seleccionar lo que comemos y dónde lo comemos es una filosofía que cada vez atrae a más adeptos, deseosos de recuperar el placer de una buena comida.
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